Te levantas temprano para ir a trabajar. Frente a la parada del autobús, unas personas desayunan en una terraza. Antes de subirte al autobús, observas en los servilleteros del local el nombre de una bebida azucarada.
Frente a tu oficina hay unas personas colocando una lona con publicidad de un coche cuya conducción se asegura que es sostenible.
Termina la jornada y al llegar a casa, mientras preparas la cena, aparece en televisión el protagonista de la última película que viste en el cine disfrutando de una cerveza. Terminas de cenar y apagas la televisión para irte a dormir.
Esta rutina seguramente no es ajena para muchas personas. Recibimos estímulos constantes durante todo el día que nos recuerdan el nombre de marcas y productos. Pueden ser de todo tipo: bebidas azucaradas, alimentos ultraprocesados, comida rápida, automóviles y alcohol.
Más adelante, cuando decidamos adquirir alguno, nuestra decisión estará condicionada por aquel que ocupe un lugar privilegiado en nuestra memoria, ya sea por pura repetición o por conectar con alguna emoción relevante para nosotros.
Esto es la base de la publicidad: ciertos productos y marcas, o incluso el propio acto de consumir, tienen más probabilidad de ser adquiridos.
Y esto tiene implicaciones en nuestra salud individual y colectiva.
La influencia de las empresas en nuestros patrones de consumo se conoce desde hace décadas. Sin embargo, el interés por parte de la salud pública sobre las estrategias comerciales de las empresas y su impacto en la salud es reciente.
El primer artículo que incorporó este concepto fue escrito en 2012 por Ilona Kickbusch, quien más tarde redactó un comentario para la revista The Lancet Global Health. En este detalló su marco de “determinantes comerciales de la salud”, resumido en la siguiente figura.
Los autores definen los determinantes comerciales de la salud como “aquellas estrategias y abordajes realizados por el sector privado para promocionar productos y decisiones que son perjudiciales para la salud”.
También señalan tres factores, relacionados entre sí, que han modificado el escenario del consumo y de los negocios a escala global, y aumentado el poder de las compañías implicadas:
En los últimos años, la evidencia científica sobre los determinantes comerciales de la salud ha aumentado, señaló el The Lancet.
Al vivir en una sociedad de mercado, el objetivo principal de toda empresa es obtener y maximizar sus beneficios. En un contexto de hipercompetitividad, las empresas se ven presionadas continuamente para mantener y aumentar su cuota de mercado frente a sus competidoras.
Esto fomenta el uso de prácticas dirigidas a mantener e incrementar la demanda. En última instancia, les permite mantener los beneficios empresariales.
Así, las consecuencias para la salud del consumo de estos productos está condicionada por la influencia de estas corporaciones en el entorno social en el que vivimos a través de la disponibilidad de sus productos, su deseabilidad cultural y su precio.
Una de las maneras más habituales que tienen las empresas de influir en nuestro entorno es mediante los lobbies, es decir, tratar de ejercer presión a nivel legislativo para entorpecer la aprobación de leyes que puedan disminuir sus beneficios o para favorecer aquellas legislaciones que apoyan sus intereses.
Por ejemplo, se estima que las empresas de bebidas azucaradas invirtieron más de 100 millones de dólares (mdd) para ejercer presión política entre 2009 y 2015 en Estados Unidos.
Aunque esta es la manera que más se conoce y denuncia a nivel social, la influencia ejercida por estas empresas puede ser a través de otras vías:
Si existiera un manual de instrucciones acerca de las estrategias empresariales para conseguir aumentar el consumo de productos con un impacto en la salud, sin duda estaría escrito por las empresas tabacaleras.
Durante todo el siglo XX, estas empresas diseñaron una serie de estrategias con el fin de mantener las ventas en aquellos países donde la comunidad científica empezaba a cuestionar sus productos.
También con el objetivo de aumentar su presencia en mercados de nueva creación en países de rentas bajas.
Históricamente, las tabacaleras han utilizado la publicidad para normalizar la presencia de sus productos y fomentar la incorporación de nuevos fumadores, especialmente jóvenes.
Para ello, buscaban que la población joven asociara sus productos con la vida adulta, la diversión y la obtención de cierto estatus social. Un ejemplo es evidente en la serie Mad Men, centrada en una empresa de publicidad de la década de 1960.
Además, diseñaban campañas de publicidad dirigidas a mujeres en las que se vinculaba fumar con el empoderamiento y la independencia. En el caso de la población negra de Estados Unidos, asociaban el tabaquismo con elementos de la cultura urbana.
En la actualidad, las estrategias dirigidas a captar a fumadores jóvenes están centradas en el desarrollo de cigarrillos de sabores. También en transmitir la idea de que los cigarrillos electrónicos son saludables y usar su diseño para atraer a la gente joven, apelando a una estética más moderna y vinculada a lo tecnológico. Esto contrasta con el cigarro tradicional, desfasado para las nuevas generaciones incluso a nivel estético.
Los esfuerzos de las tabacaleras por mantener su cuota de mercado también se han centrado en retrasar o evitar la implementación de regulaciones contrarias a sus intereses.
Para ello, la industria ha recurrido a diferentes tácticas con el objetivo de presionar al poder político: financiar campañas electorales, crear grupos contrarios a la regulación formados por personas aparentemente sin vinculación con la industria, amenazar con la potencial pérdida de empleos y conseguir la aprobación de medidas legislativas de carácter autorregulador diseñadas a medida de la propia industria y alineadas con sus intereses.
Otra táctica habitual es enmarcar cualquier tipo de regulación como contraria a la libertad individual. Al mismo tiempo, limitan la capacidad de las personas por tener vidas más saludables.
Este tipo de estrategias, entre otras, han sido diseñadas y mejoradas durante décadas por la industria del tabaco. Hoy son imitadas por otras cuyos productos tienen un impacto perjudicial en la salud de la población.
Conocer los determinantes comerciales de la salud y las estrategias desarrolladas por estas industrias es fundamental para la salud pública. Nos indican qué tipo de políticas públicas pueden contrarrestar mejor el interés de las empresas en empeorar la salud de las personas.
Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.
*The Conversation es una fuente independiente y sin fines de lucro de noticias, análisis y comentarios de expertos académicos.
*Pedro Gullón Tosio es Profesor es doctor ayudante en salud públicade la Universidad de Alcalá. Mario Fontán Vela estudia el doctorado en Epidemiología y Salud Pública en la Universidad de Alcalá.
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