En pleno siglo XXI ¿Tiene sentido hablar de empleos de hombres, en donde las mujeres no tienen cabida?
Desde que la mujer se incorporó al mercado laboral con la Revolución Industrial mucho se ha avanzado en derechos y en mejora de condiciones.
Las investigadoras ya no deben trabajar como lo hizo la física Lisa Meitner en el sótano de las universidades por tener su entrada prohibida a los laboratorios cuando hubiera hombres. Además, tienen derecho a cobrar por su trabajo.
Las mujeres pueden hoy aspirar a convertirse en lo que quieran. No hay cotos, a priori, cerrados a ellas. Otra cosa es que acceder a ellos sea comparable a hacerlo siendo hombre.
Los datos parecen apuntar que aún hoy en día, mientras que la trayectoria profesional de ellos se asemeja a una acera perfectamente pavimentada, ellas van caminando por un camino repleto de baches, grietas y cuestas empinadas.
Por decir algunos, la brecha salarial y el techo de cristal. Ellas cobran menos por hacer lo mismo y ocupan menos cargos directivos.
«El Libro Blanco de Reinvención Profesional» publicado por EAE Business School apunta que la tecnología es el sector que demanda más capital humano y, en cambio, la formación en este campo es del 7.9% para los hombres y del 4.1% para las mujeres.
Mientras que el informe «El liderazgo sostenible en la logística» extrae que, en este sector, las mujeres que ocupan puestos de dirección están por debajo del 25%, ( diferencia del dato global que se sitúa en un 34%).
A día de hoy sigue habiendo sectores predominantemente masculinos.
Business Insider España habló con varias mujeres sobre cómo es su día a día en empleos aún asociados a los hombres. Esta es su historia.
Leticia G. lleva 11 años trabajando como programadora. Un campo en el que las mujeres no destacan en cuanto a presencia. Las mujeres son mayoría en la universidad, salvo cuando se trata de ámbitos de la ciencia ligados a la tecnología. Ahí las cifras caen en picada.
Por ejemplo, en México, según datos recopilados por el Centro de Investigación de la Mujer en la Alta Dirección (CIMAD), 38% de las mujeres estudian carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas); pero en edades tempranas apenas 9% de las jóvenes (vs. 28% de jóvenes varones) manifiesta interés en estudiar ciencias o ingeniería.
En su caso ella no estudió Informática, sino Física. Da igual. A lo largo de su trayectoria profesional siempre ha estado rodeada de hombres.
En muchos proyectos ha sido «la única mujer del equipo». En la universidad, la mayoría de compañeros y profesores eran del sexo masculino. Lo mismo en los eventos tecnológicos a los que acude, donde «las únicas mujeres que había eran las azafatas».
En estos momentos Leticia G. es desarrolladora de software senior en el servidor de una aplicación que contribuye a que haya un entorno de trabajo seguro en cualquier tipo de industria. En esta empresa lleva algo más de dos años. Es una de las dos mujeres que componen el equipo de desarrollo de 15.
Aquí está contenta en todos los aspectos, incluyendo el ambiente laboral. Pero no siempre fue así.
«En este ‘mundo de hombres’ he tenido buenas experiencias y malas experiencias. Últimamente han sido muy positivas (…) Pero mi primer trabajo sí que fue así realmente. Un mundo de hombres, hombres hablando muy mal de las mujeres».
«Recuerdo que había solo una jefa de entre varios directivos. Y los compañeros (evidentemente carcomidos por la envidia) no paraban de decir el clásico ‘¿A quién se la habrá chupado esa?’ Delante de mi soltaron todo tipo de comentarios».
«Me sentía cuestionada, siempre lo tenía que demostrar todo dos veces. También escuchar los típicos comentarios ‘contigo [el jefe] es más blando porque eres una chica’. Otro me dijo que si era lesbiana, en fin cosas totalmente fuera de lugar».
Y eso no fue lo peor.
«Tuve un caso de acoso en mi segundo trabajo, con mi jefe, que me decía un montón de cosas muy fuertes y los compañeros no decían nada. Se aceptaba que yo podía recibir cualquier tipo de broma masculina».
En cuestión de salarios, más que brecha salarial reconoce «no saber negociar bien» su sueldo. Algo que, relaciona con una posible falta de confianza. Un pensamiento que bien mirado no es tan descabellado, —las mujeres suelen optar a empleos cuando creen cumplir muchos requisitos más de lo que consideraría un hombre—.
«Si parece que es un mundo de hombres en el que la mujer tiene que dar gracias por estar e incluso sentir que ha sido suerte, eso va a afectar a cómo te percibas ahí, al sueldo que pidas, a tus condiciones», supone.
Todo eso ha quedado atrás y cree que las cosas están cambiando para mejor. En su nueva empresa se siente «feliz» en una cultura «que hasta ahora no había conocido», con un amplio sentimiento de equipo.
Lo cual atribuye en parte al «resurgimiento del feminismo» que se está dando en los últimos años.
«Ese típico mundo de hombres lo estamos dejando atrás; bueno gracias a nosotras», matiza.
«Desde 2008 soy conductora de autobús», dice Alicia Artíguez. Trabaja en los servicios urbanos de Bilbao, España. Su jornada transcurre conduciendo el autobús por la ruta que ese día le es asignada.
«Tenemos turnos de mañana y de tarde. Llegas y un jefe te entrega la hoja que detalla dónde tienes que ir, vas, coges el autobús y sales a hacer rutas. Podía agarrar ruta [fija] pero me parece más rutinario, he decido no tomarlo así y estar en todas las líneas».
Antes de eso, como todos los eventuales y los que empiezan, tuvo que hacer turnos de noche y fin de semana. Afrontar un servicio nocturno siendo mujer podría parecer más arriesgado. No fue el caso.
«Aunque lo de la noche no era fácil teniendo hijos, por lo demás bien. Nunca tuve ningún problema con nadie», afirma.
Su mundo también es masculino, aunque cada vez menos.
Actualmente en España las mujeres representan el 27,2% del censo total de conductores de autobús, ( 11.416 mujeres de un total de 41.934 profesionales en el sector). Una cifra que aunque baja, supone una pequeña mejora respecto al 23,3% que se registraba en 2014.
En el caso de México la participación de mujeres como operadoras de transporte es mínima, pues según la Asociación Mexicana de Transporte y Movilidad, su participación es menor al 10%.
«Estaremos casi 700 personas en plantilla. Ahora seremos como entre 65 y 70 mujeres, antes, cuando entré éramos poco más de 30 más o menos», calcula sobre su lugar de trabajo.
Nunca se ha sentido cuestionada ni obligada a tener que demostrar más. «En todos estos años nunca me han hecho ningún desprecio, nunca me han hecho sentir inferior, en cuanto al sueldo cobramos igual, nos tratan igual desde arriba».
Tampoco tiene malas experiencias cuando se le pregunta por los usuarios. Aunque sí tiene alguna anécdota machista.
«Hace años un señor que iba a subir al autobús, cuando se dio cuenta de que era una chica se bajó y me dijo ‘no, espero al siguiente que tú eres una chica’. Me hizo gracia porque el servicio de atrás también era una mujer, así que pensé para mí, ‘pues vas a tener que esperar otros dos autobuses’», cuenta con humor.
Conductora de autobús, coche y moto, bajo su experiencia en la carretera sostiene que lo de «mujer tenías que ser» es algo que cada vez pasa menos.
«Esos comentarios ahora son, creo, menos sonados. Hablo por mí claro, pero creo que antes te decían en cualquier momento un comentario de esos y decías ‘me callo y no digo nada’ pero ahora creo que las mujeres llegamos a responder. Y los hombres no son tan, tan, tan, machistas en ese aspecto».
«No es ningún tópico decir que el trading es terreno masculino, es complicado encontrar en este sector mujeres al mando de una organización de este calado fundadas por ellas mismas, lo que obviamente se nota», afirma vía mail, Gisela Turazzini, trader con más de 17 años de experiencia en el sector.
Su pasión por los mercados le llevó a fundar Blackbird Bank, «el primer bróker del mundo creado por traders profesionales, para traders de todos los niveles», en sus propias palabras. «Y la verdad es que estoy tremendamente orgullosa de ello», reconoce.
Entre sus objetivos, «aspira a ser ser el bróker más importante de Europa».
Como desde hace más de 17 años, su jornada empieza a las 8:30 horas, preparándose para analizar «la apertura del mercado, analizar las noticias, eventos y datos relevantes del día». Cuando el mercado se ralentiza toca el turno de dirigir la empresa, con llamadas, reuniones y todo lo relativo a «optimizar las tareas del día como equipo».
Por sus palabras su mundo parece lleno de adrenalina. «Frenético» , «bestial» son algunos de los términos que utiliza para referirse a él. Sus jornadas parecen maratonianas.
«El día del Brexit me pasé 37 horas consecutivas delante de las pantallas operando, esa fue una de las sesiones más emocionantes de mi vida, ¡nos fue muy bien!»
A este mundo llegó por vocación. Poco importaba que fuera o no un «mundo de hombres».
«Como soy una estratega absolutamente nata, el trading me ofrece una diversión y un reto, que me estimula a diario. Siento tanta pasión por los mercados que El trading es más que una profesión, es un estilo de vida», enfatiza.
Aún así no todo ha sido de color de rosa. Aunque afirma no haber experimentado nunca brecha salarial, sí que ha vivido momentos comprometidos.
«He sufrido discriminación de género, especialmente al comienzo de mi andadura en Blackbird, y en los medios públicos», confiesa vía correo electrónico.
«La competitividad de algunos analistas de bolsa establecidos, algunos lectores anónimos de mis tribunas de opinión y sobre todo en Twitter, me llevó a sufrir algunos comentarios bastante desagradables, por el hecho de ser mujer y joven».
Aunque eso no la hace amedrentarse o se cuestione su lugar en el sector.
«Después de muchos hitos demostrados, y años trabajados reconozco que me he ganado el respeto del sector y a día de hoy eso no me ocurre en absoluto».
Ahora, como CEO de su compañía, busca avalar el talento femenino en su sector.
Actualmente están en un proceso de selección para ampliar el equipo de Blackbird y «les gustaría llegar a la equidad de género, buscando talento femenino, ya que en la diversidad existe el éxito».
«Soy carnicera desde hace 9 o 10 años. La vida me lo puso así».
«Cuando monté la tienda fue porque mi marido trabajaba en el mundo de la carne y fue ‘vamos a poner una tienda’. En aquel entonces yo estaba trabajando en una guardería y por darle el gusto dije ‘bueno, vamos a poner una tienda’. Estuve aprendiendo en una carnicería durante un año y cuando aprendí bien monté la mía propia».
Después de aquello las cosas cambiaron y ahora trabaja para una gran empresa cárnica, donde lleva algo menos de 5 años.
Laura es una mujer en un «mundo de hombres». Los carniceros son hombres, pero ni siquiera cualquier hombre. Existe una imagen de este rol en el imaginario colectivo. Un trabajo que se asociado a la masculinidad y a la fuerza.
Quizá por eso Laura, que en realidad no se llama Laura, vive cada día desde hace cuatro años un mundo para muchos inimaginable. Empleos de hombres, donde las tareas se separan por sexos, se señala a las mujeres por ser «más problemáticas» y claramente se les dice que allí no esperen progresar.
«Es una empresa grande. Habrá más de 300 empleados, pocas somos mujeres», considera.
Allí, «yo estoy en una máquina envasando al vacío, pero si tengo que cortar los filetes o las costillas pues los cortos. Cortando y envasando, cortando y envasando… Siempre es así».
«Toda la gente que hay allí, todos son encargados, todo jefes, en el comité todos son hombres. En los sitios importantes no hay ni una mujer. En las oficinas, todos hombres, menos tres mujeres que están tomando pedidos. Comercial todo hombres, todos. Había una y se fue, dijo que ella no quería eso, que allí había mucha burla, que la vacilaban… y se fue de la empresa», comenta.
Sorprende su actitud, positiva, alegre. Laura siempre se ríe, como si todo fuera cómico y no trágico. Suelta a veces grandes carcajadas. Laura rondará los treinta y pocos.
«Mi empresa llevará unos 35 años, 36. Ha tenido tiempo alguna mujer de hacerse encargada creo yo ¿no? que algunas llevan toda la vida y no. Algunas tendrán 50 años y no han ascendido a nada, sigue siendo peones. Siguen allí trabajando, se les ha pasado la vida y no se han dado cuenta. Mi compañera lleva 16 años allí y sigue haciendo lo mismo que el primer día, envasar y cortar, envasar y cortar. Ningún compañero de 16 años sigue haciendo lo mismo. Todos son encargados».
Las expectativas allí para ellas no existen.
«‘Tú eres mujer, no puedes cambiar los moldes [partes de la máquina de envasar], a ver si se te va a caer, a ver si la vas a liar. No te dejan aprender ni te enseñan, no te dan opción a nada».
Su testimonio es estremecedor.
«Cuando te dan una tarea es así, te lo indican directamente ‘esto tú no, esto lo hacen ellos’».
Aunque anima a las mujeres a tener en cuenta su profesión, «siempre que sea en una buena empresa», sus planes de futuro no pasan por el sector cárnico.
«Me voy a ir. Ya me he sacado el carné de autobús y prefiero ser ‘autobusera’. Me lo he sacado, porque aquí las mujeres en los autobuses están súper bien vista. Es triste este motivo, pero es así, es real».
Otra nota de color la ponen dos mujeres que son altos cargos en Cepsa. Sus nombres son Susana Zumel y Joana Frontela. La primera es la directora de Sistemas de Información de la compañía. La segunda, la directora del Centro de Investigación de la petrolera. Ambas han tomado decisiones claves en estos meses de pandemia.
Zumel ha sido la encargada de mantener el teletrabajo cuando estalló la crisis del coronavirus. Frontela, por su parte, lidera investigaciones en el ámbito de la sostenibilidad energética y del reciclaje. El futuro del planeta pasa por la técnica y la ciencia, aunque estos ámbitos han estado históricamente masculinizados.
Ellas confirman esa sensación y recuerdan que, cuando comenzaron sus respectivos estudios universitarios, la proporción de hombres y mujeres en clase era muy desigual. Aunque eso no fue óbice para llegar hasta donde están hoy.
Susana y Joana detallan que no han tenido que enfrentarse a ningún obstáculo. ¿Por qué hay tan pocas mujeres en ciencia o tecnología? Frontela plantea que pueda ser por «desconocimiento», por pensar que no son carreras accesibles para ellas: «Hay que enseñarle a las niñas y también a los niños que no hay sesgos de género en las ocupaciones».
«Yo estoy donde estoy porque no he tenido obstáculos insalvables: el obstáculo es demostrar día a día que, lo que hago, lo hago lo mejor que puedo, al igual que mis compañeros que hombres. Creo que la promoción y el desarrollo profesional a día de hoy responde a la meritocracia», incide. Y lo ejemplifica hablando de su equipo: de los 6 directivos que tiene el Centro de Investigación de Cepsa, 4 son mujeres.
Susana Zumel sí reivindica lo importante que es contar con un entorno que te apoye y arrope: «Puede ser clave a la hora de que una chica se decante por una carrera u otra. Cuando yo estudiaba, sacaba materias y era buena alumna. Al plantear ingeniería sí oí comentarios que me planteaban hacer Administración de Empresas».
En el día a día, Zumel encuentra respaldo en sus compañeros y en la empresa para desempeñar su trabajo. Como encargada de Sistemas, Zumel ha tenido que velar por que toda la plantilla pudiese hacer home office de forma segura desde casa. Y las demandas que ha recibido de los trabajadores no tienen ningún sesgo de género: «La ciberseguridad afecta a todos, desde el becario al CEO».
En ese sentido, ambas destacan la labor que desde la Fundación Cepsa se está realizando con la Fundación Inspiring Girls para tratar de trasladar referentes femeninos en charlas con grupos escolares, algo que consideran «imprescindible» para que la igualdad en puestos directivos, científicos y técnicos se alcance más pronto que tarde.
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